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sábado, octubre 18, 2025

EL ESPÍRITU QUE NOS FUE DADO

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II Timoteo 1:7
7 Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.

—II Timoteo 1:6, 7 (RVR1960)

En pleno siglo XXI, estamos viviendo una temporada de gran temor e inseguridad a nivel mundial. La pandemia del COVID 19 (corona virus) está sacudiendo de muchas maneras a las familias y aún a las naciones de la tierra. No sólo hay crisis de salud: también muchas personas han perdido sus fuentes de ingresos, al estar cerrándose las grandes y pequeñas empresas.

También en gran número de hogares está creciendo el índice de conflictos, por la constante convivencia, algo que muchos no hacían desde hace años. Se habla además de una escalada en los índices de angustia, depresión y suicidio. Pero creo que un ingrediente a veces ignorado pero muy importante en esta crisis es la cantidad de personas que se encuentran realmente vacías, y por lo mismo, incapaces soportar lo que se está viviendo.

Pero note por favor: Este tiempo de contingencia no está causando los vacíos en nuestras vidas, matrimonios, familias y congregaciones: más bien los está destapando. Como escribió el novelista americano James Lane Allen (1849 –1925): “Las circunstancias no determinan al hombre; lo revelan.” Como pasó en el terremoto del 28 de julio de 1957 (7.9 en intensidad), donde calló el Ángel de la Independencia, y los dos sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985, los cataclismos descubrieron debilidades ya existentes en muchas estructuras y cimentaciones de edificios.

Entonces queremos hacernos alguna preguntas: ¿Qué debilidades o vacíos está revelando esta crisis en mi vida, matrimonio, familia? ¿De qué, de quien o Quién me he estado llenando?
Para iniciar estas pequeñas enseñanzas, quisiera invitarte a acompañarme a leer II Timoteo 1:7
7 Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.
—II Timoteo 1:7 (RVR1960)


Sabemos que una llanta o un balón fueron formados para llenarse de algo invisible. De la misma manera, cada uno de nosotros sin excepción fuimos formados para ser llenados de Alguien invisible. (Génesis 2:7) El balón para el futbol no es de mucho uso, mientras no se llene de algo invisible (aunque recuerdo varios partidos de futbol callejero en mi adolescencia que se jugaron con el balón ponchado.) Los que hemos viajado por algún tiempo en un vehículo sabemos lo que pasa cuando un neumático se desinfla. El avance se detiene, hasta que se pueda parchar y llenar de nuevo. Quizá este tiempo de contingencia, de estar encuartelados en nuestras casas, es el momento ideal para revisar como están nuestros niveles de lo invisible. Así como el cuerpo sin el espíritu no tiene vida (Santiago 2:26), tú y yo no tenemos vida realmente transformadora, sin llenarnos primero del Espíritu de Dios.


Después de formar a Adán, el Señor lo llenó de Su Espíritu. Mientras Adán no recibía esa llenura, no sería diferente a un maniquí. Pero a partir del soplo del Omnipotente, Adán se convirtió en la herramienta necesaria para llevar a cabo los propósitos proféticos de Dios para Su creación.

Cuando el Señor formó la Iglesia, fue también para llenarla con Su Espíritu Santo. (Hechos 1:4, 5, 8) Como Adán, la primera Iglesia tampoco no se convirtió en una fuerza transformadora, hasta que fuera lleno del Espíritu Santo.

El matemático, filósofo y teólogo francés Blas Pascal (1623 -1662) escribió: “En el corazón de todo hombre existe un vacío que tiene la forma de Dios. Este vacío no puede ser llenado por ninguna cosa creada. El vacío puede ser llenado únicamente por Dios, y esto mediante Cristo Jesús.”
¡Acompáñanos a estudiar el Espíritu que nos fue dado!

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